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Reseña Histórica "Dr. Fernando Ortíz Monasterio"

Hay ocasiones en que dimensionar a un hecho, un acontecimiento,  es dimensionar una época. Esto ocurre cuando aparece un adelanto científico y rompe con dogmas aceptados, entonces se abre una brecha a través de la cual se vislumbran insospechadas posibilidades de exploración. La cirugía plástica y reconstructiva nace como una especialidad médica formal después de la segunda guerra mundial. Los injertos de piel y la observación del fenómeno del “second set” permitieron a Joseph Murray la realización del primer transplante renal. Así de la cirugía reconstructiva, se originaron todas las posibilidades para los transplantes de órganos que hoy se han practicado en el mundo. 

 

Años después, la cirugía Craneofacial nace en Francia con los pioneros trabajos de Paul Tessier y se inicia el camino para la corrección de monstruosas deformidades hasta ese momento consideradas  inoperables. Este hecho cautivó la atención de diferentes cirujanos de todo el mundo y la historia narra que desde que se inició la cirugía de corazón abierto, no se había hecho un adelanto técnico de importancia comparable.    México no fue la excepción ante el acontecimiento científico, y en el Hospital General de México, durante los años sesentas, un grupo de inquietos médicos, probablemente con más curiosidad y ganas de trabajar, que con conocimientos iniciaron la Cirugía Craneofacial en nuestro país.    Muchos de los presentes hemos conocido de cerca al Dr. Fernando Ortiz Monasterio y hemos podido sentir a su lado el paso de la historia. En realidad de esta micro-historia que le pertenece al desarrollo de la cirugía plástica moderna y naturalmente a la cirugía craneofacial.    Luego de su formación profesional en los años 40’s, su etapa inicial como médico coincidió con el cambio de la escuela europea, principalmente la francesa, al modelo de la medicina norteamericana.

 

Quiero creer, que de la primera, la francesa,  adquirió la actitud inquisitiva y la metodología de pensamiento que lo ha caracterizado. Ese pensamiento magistralmente expresado por Descartes en la “Nueva Lógica”.   Y de la segunda, la norteamericana, pienso que incorporó a su práctica diaria el pensamiento científico de William Harvey con su “Moto Cordis”: en donde,  de la observación nace la hipótesis; vienen las deducciones; le sigue un experimento que la comprueba ó la rechaza.    Su gran interés por la cirugía reconstructiva inició desde su formación como residente en los Estados Unidos y cuando regresó a México en 1956 a trabajar en el antiguo Hospital General de la Secretaria de Salud y Asistencia de la colonia Doctores, que entonces ya tenía 1500 camas y una gran cantidad  de pacientes, lo que representaba un invaluable material clínico y la  maravillosa oportunidad de hacer investigación combinada con aspectos evolutivos de la misma especialidad.

 

De manera natural, al hospital comenzaron a llegar los pacientes con craniosinostosis, hiperteleorbitismos, tumores y graves fisuras faciales. Se integró un grupo multidisciplinario donde la interacción de oftalmólogos, anestesiólogos,  ortodoncistas, genetistas, foniatras, etc., produjeron pensamiento y técnicas originales  que luego fueron repetidos por diferentes  grupos quirúrgicos que en el mundo estaban dedicados al tratamiento de estos niños.

De esta acción del Dr. Ortíz Monasterio podemos citar diferentes atributos, sin embargo pienso que ninguno en la memoria iguala al de “protagonista de su momento”. Su presencia fue evidente y ahora imborrable. La que dejó en todos nosotros la llevaremos toda la vida, la que dejó en las instituciones es imperecedera.    Esto me recuerda el hecho simultáneo de cuando Rodrigo Ponce de León, Marqués de Cádiz, estaba convenciendo a Isabel de Castilla de poner sitio a Granada y Cristóbal Colon estaba en el monasterio de la Rábida preparando sus argumentos para que le financiaran un viaje en busca de especias. Al mismo tiempo, en el otro lado del mundo, las primeras generaciones de líderes egresados del Calmecac de Tenochtitlán, inaugurado en la primera mitad del siglo XV, estaban consolidando el recién ampliado Imperio del Anáhuac. Inteligente enfoque el de este avanzado centro de conocimiento y forja de hombres de pensamiento y acción.    Meses después, Cuando la cultura española, mezcla judeo-árabe-cristiana, celta, fenicia griega y romana, de visigodos y vándalos, se encontró con la cultura náhuatl, mezcla de toltecas, olmecas, tecpanecas, teotihuacanos y aztecas, se dio un periodo de tres siglos de florecimiento de artes  y capacidad de organización.

 

Esa genética de la organización, ha permitido ejercer la cirugía CF y reconstructiva a través de un líder y un grupo multidisciplinario.    Este concepto, ha cambiado la vida de miles de mexicanos y siempre ha sido una experiencia muy enriquecedora. Por otro lado, es bien sabido que la atención médica es mejor en los centros donde se llevan a cabo investigación y docencia. Los hospitales donde se trata un gran número de pacientes son el campo ideal para la enseñanza y la investigación clínica. Al talento del Dr. Ortíz Monasterio pertenecen diferentes contribuciones a las ciencias médicas y en especial a la cirugía plástica que han merecido reconocimiento universal. Y él, con gran generosidad siempre ha compartido conocimientos y grandes lazos de amistad con los más destacados especialistas en la materia y con todos sus alumnos.

 

Aquí se aprecia la grandeza de la obra realizada en su investidura de maestro, dentro y fuera de la cátedra, formando incansablemente discípulos y difundiendo por todas partes el saber, especialmente para lograr el avance científico y cultural de México y la fé en el porvenir de esta patria.    Este hecho, personalmente es el que más me ha influido en el espíritu y la  admiración por el Maestro y el que más honda huella me ha dejado en mi educación como clínico.   La figura de este maestro resiste el paso del tiempo y mi admiración no ha menguado con los años. Ha encarnado el esfuerzo de renovación y la aplicación del método científico en el estudio de los enfermos, así como la disciplina mental en el espíritu de los médicos.    Es cierto que la cirugía plástica de hoy es diferente a la que se  enseñó en la segunda mitad del siglo pasado. Pero el impulso que supo darle a la de su tiempo y el papel que desempeñó como reformador y como guía, son méritos que conservan toda su validez.   Su figura resume el valor de toda una época y en su vida misma la cristalización de toda una filosofía. Su éxito fue el triunfo de una existencia entera consagrada al estudio, la de ese viejo luchador tan combatido a veces, pero tan respetado siempre.

 

Lo conocí a mediados de los años 80’s y fui uno más de los  discípulos que formó en su escuela. Sus lecciones nos atraían con un profundo interés. No el que resulta del brillo oratorio, porque el maestro nunca ha utilizado galas literarias para dar ropaje a sus ideas. Con entusiasmo, siempre ha expuesto sus ideas, mientras nosotros teníamos la vivida impresión de asistir a la elaboración del pensamiento. Es alguien que piensa en voz alta y con admirable disciplina mental recorre, una a una las etapas del razonamiento, con riguroso método, con lógica impecable, hasta elevarse del síntoma a la interpretación y de la interpretación al diagnóstico.    Lo que más me ha llamado la atención, no es su cultura, que es mucha, ni su talento, que es grande, sino la asombrosa sistematización de sus conocimientos. Como un bibliófilo que guarda entre anaqueles sus libros y que en cualquier momento, sin duda, sólo alarga la mano y toma justamente el que necesita. De la misma manera, en sus lecciones sabe echar la mano del dato justo, del recuerdo preciso, de la cita oportuna, sin titubear jamás.

 

Positivista convencido, educado en la disciplina de las ciencias, no admite como verdad sino aquello que había recibido la sanción científica. Sabe también,  que las palabras solo valen por las ideas que representan y que las  imprecisiones del lenguaje son la fuente principal de la oscuridad y aún del error del pensamiento. Por eso siempre ha exigido la precisión y la pureza en el hablar. Nadie ha contribuido como él a expurgar el lenguaje médico de vaguedades e incorrecciones.     Sus obras tienen un sello personal inconfundible y representan la expresión de lo que ya ha pasado por el tamiz de su propia observación y de su crítica, lo que hace que se conviertan en útiles obras de consulta. Sin embargo el mérito de el Maestro se puede apreciar más al oírlo, al  exponer un tema,  en su comentario y en la crítica, donde su talento alcanza un mayor relieve.      En cada año, semana a semana, ha trabajado intensamente, organizando congresos, impulsando la investigación,  escribiendo libros y artículos, dictando conferencias y cursos y en todas partes. Inyectando la energía de su voluntad triunfadora y de su entusiasmo noble y sereno.    Siempre ha defendido  sus ideas con calor y firmeza, pleno siempre de una convicción sincera. Su quehacer está lleno de anécdotas y crónicas, y al grupo de sus discípulos llegan semi-velados ya por el tiempo y el olvido, los relatos de sus luchas, de verdaderas campañas que sostuvo para hacer triunfar sus logros y sus ideas. Como todo luchador que vale, provocó choques, despertó envidias y sufrió ataques, mesurados a veces, enconados y venenosos otras.

 

Ha sido un hombre recto, integérrimo y su práctica de no gastar complacencias con la mediocridad es común. Nadie puede negarle su estimación y su respeto y ha sido una de las figuras de nuestro tiempo que han despertado el mayor respeto y admiración en el ámbito de la medicina contemporánea de México.   Su figura ha encerrado un alma grande y noble, sacudida por la pasión. Alguien que ha amado a sus amigos, brindándoles su apoyo y defendiéndolos con calor. Y aún así, dentro de la rectitud de sus juicios, un hombre apasionado.     Uno de los aspectos más conocidos de él ha sido su amor por el arte. Así el hombre de ciencia, el investigador austero, ha cultivado su jardín interior y vibra y goza con la emoción de la belleza.   La inteligencia del maestro no se ha expresado nunca por chispazos de intuición, ha sido una voluntad férrea al servicio de un talento clarísimo, gastados en la obra más noble a que un hombre puede consagrar su vida, el amor a la ciencia y la búsqueda de la felicidad humana.

 

Su vida, son su trabajo y su obra, y constituyen una lección fecunda: la lección de ese  hombre que ha logrado la hazaña de igualar con la vida su elevado pensamiento;   La lección del maestro que ha enseñado con el ejemplo luminoso de su propia vida y ejemplo del varón dotado de las más altas prendas intelectuales y morales, cuya vida entera es una magnifica lección.

Dr. Fernando Molina Montalva

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