
FOM EL ANFITRION
“Un hombre de éxito es aquel que recibe mucho de sus pares, en general, incomparablemente más de lo que le corresponde por los servicios que ha prestado.
Sin embargo, el valor de un hombre debería de verse en lo que da, y no en lo que es capaz de recibir”
Albert Einstein
Recordar al Dr. Fernando Ortíz Monasterio me lleva en el sendero de los recuerdos veinte y ocho años hacia atrás, cuando tuve la oportunidad y el privilegio de estar en su casa en una de las famosas fiestas de disfraces. Siendo residente del primer año de la especialidad, tengo muy presente como si fuera ayer, el haber llegado con mi esposa Lola Montilla, disfrazados para la fiesta de personajes de Cri-Cri en su famosa casa de la calle de Magnolia en San Angel, en el mes de diciembre de 1984. Había muchas personas que evidentemente no conocíamos, pero tengo presente que cuando llegamos a la sala se nos acercaron mis compañeros de primer año, Emma Santos, Nestor Baldizón y algunos residentes de mayor jerarquía; la sala estaba llena de luz y había meseros por doquier, con charolas llenas de canapés y bebidas. Cuando apenas llevábamos unos instantes de haber llegado, se nos apareció una figura espigada, de cabellos canos, con un vaso en la mano y con una sonrisa muy expresiva debajo de unos bigotes quijotescos, que dijo: ¡hola! ¡sean bienvenidos!. Creo que fue la primera vez que tuve de frente a FOM fuera del hospital, en otro ambiente, en la sala de su casa; me sentí nervioso pero a la vez muy orgulloso por estar en una reunión o fiesta con unos de los personajes más importantes de la cirugía plástica a nivel mundial. Evidentemente no éramos ni con mucho los mas importantes, pero nos sentimos como si lo fuéramos por la forma en que nos recibió. Este sentimiento se repetía cada vez que FOM nos invitaba a alguna cena en su casa, siempre acompañado de su esposa Leonor “Pollito”, en estas cenas siempre había algún o algunos invitados extranjeros que venían a rotar o a dar alguna plática al Servicio de Cirugía Plástica del Hospital Gea González.
La sala de su casa iluminada, con esa maravillosa biblioteca en lo alto y la estructura de madera al centro que se imponía como un roble soportando al techo, hace alusión no solo metafórica, sino real de un hombre que con su cultura y conocimientos, su gracia y estilo se fundía en el ambiente provocando que todo se viera imponente. El doctor Ortíz Monasterio hablando con un inglés fluido y elegante y en otras ocasiones en francés, siempre sonriente, exhibiendo esos dientes que le encantaba mostrar, simplemente para decir “feel happy”, hacía del ambiente algo relajado, a gusto y exquisito, pues por supuesto siempre ofrecía solo lo mejor.
A la mesa éramos unas diez personas, siempre sofisticada haciendo honor a las más refinadas complacencias de la burguesía, lo que nos permitía transportarnos en una fantasía llena de sensualidad a la mesa de algún Lord inglés, tanto por la exquisitez de la comida como por la calidad del vino, que siempre fueron detalles que caracterizaron las reuniones en su casa. Además, no olvidemos que dadas las pobrezas inherentes al SER residente, esta natural generosidad, se volvía abrumadoramente deliciosa. Recuerdo una vez que al terminarse unas de las botellas de vino que tenía para la cena, se levantó y trajo tres botellas de vino Chateau Margaux cosecha 1975 y con una irónica sonrisa nos dijo “vamos a ver que tal esta este vinito”; le pidió al mesero que descorchara dos botellas y que nos sirviera, todos los que estábamos en esa mesa nos deleitamos de la calidad de lo que paladeamos y me acuerdo que FOM dijo “el buen vino es para disfrutarlo y compartirlo con los amigos, si no es para esto no sirve”, es una de sus enseñanzas que desde entonces siempre he aplicado en mi vida, pues a Lola y a mí, solo nos ha traído asombrosas experiencias. Siempre nos mostró que el triunfo no puede ser completo si se disfruta en soledad.


En una de las tantas fiestas de disfraces que se organizaron en la cancha, nunca olvidaremos aquellas mesas alargadas con manteles blancos, llenas de quesos, carnes frías, fruta, y otras donde había diferentes tipos de bebidas, esto se repetía año tras año, acudiendo mas de cien personas que pertenecían a los diferentes servicios que trabajaban en conjunto con el de Cirugía Plástica, además de brindarnos esta fiesta, FOM y “Pollito” nos regalaban canastas llenas de vinos y latas para aquellos que al concursar hubieran ganado algún premio, como nosotros, que nos caracterizamos por ocurrentes y creativos. Tanto él como su esposa Leonor siempre fueron unos excelentes anfitriones a manos llenas, todas las veces con una sonrisa y compartiendo con sus amigos lo que la vida y su éxito les daba.
Mi esposa Lola y yo tuvimos la oportunidad de visitarlo en su famosa casa de la Peña en Valle de Bravo para las navidades de algunos años y aunque solo íbamos a darle un abrazo, nos invitaban a cenar con sus hijos el consabido y delicioso filete a las brasas, por lo que después de algunas veces ya nos daba pena ir a saludarlo, pues sabíamos que invariablemente nos invitarían a cenar. Muchas veces nosotros correspondiendo a sus atenciones, los invitábamos a comer paella en la casa de Valle de Bravo de Blanca Ferrando y del Dr. Sergio Rangel, médico de cabecera de Leonor su esposa y del mismo FOM. Tuvimos el honor y el privilegio de tenerlo muchas veces en nuestra casa, pasando como decía él, de ser el maestro a ser el amigo.
Hace tres años la vida nos dio la oportunidad de poder retribuirle un poco de lo mucho que él siempre nos dio. Desafortunadamente su salud comenzó a mermar, Lola y yo lo íbamos a visitar los sábados. Nos esperaba en su estudio o en el jardín de su casa, siempre impecablemente vestido, con una botella de tequila, a veces de champagne, quesos franceses bien apestosos y manchego español, junto con un misterioso salami cubierto de pimienta que aún no hemos logrado encontrar; nos quedábamos a platicar dos horas, a veces nos pasábamos al restaurante San Angel Inn a comer y beber, y luego nos despedíamos siempre sabiendo que lo veríamos pronto, muy pronto…. Así pasaron 3 maravillosos años, entre los tequilas sabatinos, el fabuloso viaje a Bilbao y frecuentes comidas en la casa. Cada encuentro fue siempre una aventura a compartir, algo que aprender, chispa de vida para brincar los obstáculos, eso si, “con elegancia, siempre con elegancia” como graciosamente nos decía.
Tres días antes de que emprendiera su viaje fuera de esta vida y casualmente en sábado, fuimos a su casa a tequilear . Nos recibió como siempre; distinguido, gracioso, con su inigualable calidad de persona, amigo y anfitrión. Así, brindamos con él por última vez, de la única cosa que con él podíamos brindar: “POR LA VIDA”, por su fantástica vida…..
Con mucho respeto, admiración y cariño,
Dr. Sergio Lozano Téllez